Gracias Señor Jesús por el Santo Padre que nos diste durante estos casi ocho años en la persona de Benedicto XVI. Por sus palabras, siempre certeras, profundas y realistas. Porque, en su ancianidad, ha sabido regir durante este tiempo a la nave de la Iglesia en medio de vendavales y tormentas. Por su percepción de la realidad y por su gran corazón para asumir dagas injuriosas y envenenadas, de este hipócrita occidente. Por no haberse doblegado y, desde la sencillez y humildad, haber propuesto con convencimiento la verdad de Jesucristo y su reinado dentro de nuestra Iglesia. Por su inteligencia, lúcida, despierta y abierta. Por su cercanía, afabilidad y por su nobleza. Por haber intentado que, la Iglesia, fuera más santa, transparente, evangélica y llena de Dios. Por su Magisterio que se ha dado generosamente y sin rendirse a la evidencia tortuosa y caprichosa de este mundo. Por su gusto y por su delicadeza en la liturgia, por su entrega y por tantas muestras de que, el SEÑOR, habita dentro de él. Por su gusto por la música y por el canto gregoriano. Por su devoción en la Eucaristía. Por querer más unir que romper. Por pretender que, la Iglesia, sea más consciente y conocedora de Aquel que predica y lleva en vasija de barro. Por su mano que ha impartido bendiciones a millares. Por su cayado que nos ha invitado a seguir a Cristo y sin condiciones. Por su lento caminar, con el cual nos sugería, que la fe se propone y nunca se impone. Por su mirada risueña y perdida en el horizonte divino que nos animaba a mirar hacia lo más profundo del mar o a lo más alto del cielo. Por este gesto que le honra… de decirnos que, sus fuerzas son menores que la capacidad para llevar el timón de la Barca de Pedro. No lo deseábamos pero lo comprendemos. Por todo ello
¡Gracias Señor Jesús! Y también… ¡Gracias Benedicto XVI!
Fuente: e-mail que llegó a mi bandeja de entrada.
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Matías.