domingo, 23 de mayo de 2010

Océano de amor

Cierto día me preguntaron por los sacerdotes que pasaron por mi vida. Me preguntaron si habían dejado marcas, si sus pasos no habían sido carentes de huellas en mi corazón.

Realmente fueron muchos buenos y santos sacerdotes, amigos y padres, los que me mostraron la imagen viva de Cristo en ellos, en sus palabras, en sus miradas, en sus acciones y en sus hermanos.

Cada misa, cada encuentro catequístico en mi infancia, cada prédica en mis días de no entender casi ninguna de ellas, cada saludo y cada abrazo en el corazón, cada reconciliación, cada fiesta, cada misión, cada silencio, cada palabra, cada gesto de amor, cada reflejo del Amor, cada salida de amigos, cada charla, cada enojo -¿por qué no?-, cada actuar de sus sencillas vidas en la mía y en la de mis hermanos y amigos, ha penetrado en lo más íntimo de mi humanidad, regalándole alegría a mi corazón y haciéndome cada día más cercano a Dios.

Es así que hoy vivo inmerso en un océano de amor, donde la inmensidad es el mismísimo Señor. Las aguas son cálidas y son abrazo constante con cariño, dulzura, paz y ese amor que hace del océano vida abundante y agraciada.

Sí, dejaron huellas en mi corazón, dejaron marcas de fuego en él, y me llevaron a la comunión con mi Dios, de la mano de María, Madre nuestra y del Redentor.

Matías Néstor Macagno.-

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