miércoles, 2 de septiembre de 2009

El cansancio en la vida ministerial

Saludos y oraciones. Les remito este doc. recibido el 26 de agosto de este hermoso 2009 y aún en lectura. No conozco el remitente. No sé si podrá servir. Espero que sea de su mayor agrado. Matías Néstor Macagno.

ESTAMOS EN EL AÑO SACERDOTAL
ESTEMOS MAS AL PENDIENTE DE NUESTROS SACERDOTES

“Jesús tomo la palabra y dijo: Vengan a mi, los que andan cansados y agobiados, y Yo los aliviaré.
Carguen mi yugo y aprendan de mi, que soy manso y humilde, y se sentirán aliviados.
Pues mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,28-30)


1. El cansancio ministerial
1.1. Itinerario de un cansancio


Es frecuente encontrar cansancio en la vida de los sacerdotes. El paso de la vida... la época del año... el exceso de trabajo... el temperamento depresivo... Hay algunos cansados, pero felices. Otros, en cambio, que viven un cansancio crónico que arriesga a caer en el hastío, o simplemente, en un agobio permanente por causa del estilo de vida o por las responsabilidades pastorales.


En los comienzos del ministerio tengo conciencia de haberme extenuado por entregarme sin tregua al servicio ministerial. Era un cansancio físico que se hacía más leve por la gratificación propia de un cura nuevo. Bastaba dormir bien una noche, un día de retiro o un paseo con un par de amigos, para volver a la carga con la misma intensidad. Entonces, me decía, “superar el cansancio es sólo cosa de ordenar mi vida”…


Más tarde sufrí el cansancio de la crisis del país: el último año del Presidente Allende, las tensiones entre los curas, el tiempo del régimen militar, vivido desde el Comité pro Paz y la Vicaría de la Solidaridad. Entonces, al cansancio físico se agregó el agobio de las tensiones, la fatiga de la impotencia, el agotamiento de un ministerio vivido al límite de la resistencia. En un momento de crisis comprendí íntimamente la experiencia del Profeta Elías: no quería más… me quería morir… Fue un colapso físico y psíquico. Me mantuvo en pie la gracia de Dios, el buen humor y el sentido de la tarea.


En esta nueva etapa de mi vida, con treinta y cinco años de ministerio en el cuerpo, me he vuelto a topar con el cansancio: el mío y el ajeno, y ya no tengo la excusa de mi propensión al activismo ni la tensión de los años difíciles. Más aun, el cansancio no es sólo mío, ni asunto chileno, ni siquiera latinoamericano. Se ha transformado en un signo de los tiempos de la vida del sacerdote y del Obispo. Y en una situación vital cuya respuesta hay que buscarla adentro y no afuera de la propia vocación.


1.2. Cansancio y cansancios


El sólo hecho de estar cansados no dice nada malo. Un obrero que trabaja ocho horas al día y gasta dos y tres movilizándose desde su hogar al trabajo... una madre de familia que debe cuidar de su hogar y de sus hijos... un joven estudiante exigido por el colegio, la universidad y los otros compromisos de la vida... Es lógico que haya cansancio. Sobre todo con las tensiones que agrega la vida en la ciudad con todos sus afanes.


Así lo vemos en Jesús, que no tiene problema para sentarse junto al pozo a pedir un vaso de agua (Jn 4,6)... ni para invitar a los discípulos a descansar y a orar después de terminada la primera Gran Misión ( Mc, 6,31). El se da el tiempo para visitar a unos amigos en Betania (Lc 10,38), se deja servir por la suegra de Pedro (Mc 1,31) y acoger por esa mujer “que mucho había amado”... (Lc 7, 47)


Distinto es cuando el cansancio se transforma en hastío. Jesús también lo experimenta con los discípulos... “con esta generación” (Mc 9,19)... o cuando siente el temor y el tedio de la hora final (Mc 14,32) y un ángel lo reconforta para el combate (Lc 22,43).


El cansancio físico se resuelve con más facilidad. El hastío, en cambio, exige recogerse para dar el salto, buscar en las profundidades, entrar en un diálogo más intenso con el Padre.

2. Las raíces de un cansancio


Pero, vamos por parte. Primero veremos las raíces de nuestro cansancio y después procuraremos buscar algunos remedios, siguiendo el ejemplo de Jesús.


2.1. Un estilo de vida inadecuado


Lo primero, y lo más obvio, proviene de un estilo de vida inadecuado. Vivir solos, sin nadie con quien compartir lo cotidiano... Creer que todos los espacios de la agenda son para llenarlos con todo tipo de compromisos y sentir mala conciencia si se deja alguno en blanco... Rezar a la carrera entre los recados y tareas por cumplir que zumban en la cabeza... No tener espacios gratuitos para visitar a los amigos... para escuchar música... para ir alguna vez al cine, al teatro, al estadio... E incluso, vivir en espacios sin belleza, funcionales, sin “hogar”...


Si así vivimos, es obvio que nos vamos a cansar y no sólo de la fatiga del día: nos sobrevendrá la fatiga sicológica y moral propia de una vida estresada. Y el estrés nos hará más vulnerables a la dejación, a la negatividad, a la depresión, a la crítica descalificadora, a buscar el primer apoyo que pasó o el primer cariño que se ofrece.


2.2. El peso de la misión
2.2.1. Una misión desproporcionada


Más profundo y más complejo es el cansancio que conlleva el peso de la misión. El que sentimos con mayor fuerza al terminar un año de trabajo, o cuando sentimos angustia por recomenzar un nuevo año pastoral… Este agobio lo sintieron los grandes santos. El Cura de Ars quiso escapar tres veces de su pequeña parroquia porque lo sobrepasaba la responsabilidad, el peso de los pecados ajenos, la fatiga de la escucha atenta. Antes, mucho antes, lo experimentó Moisés, y el Señor le indicó que compartiera su espíritu con otros setenta y dos y que no se echara sobre sí mismo todo el peso de su pueblo.


Eso es algo que debiéramos aprender, delegando, compartiendo la misión con otros hermanos, desarrollando los ministerios confiados a los laicos, en vez de asumir todas las responsabilidades y querer realizar solo todas las tareas.


Pero, a esta actitud virtuosa, se puede agregar la actitud viciosa de buscar ser amados por lo que hacemos y no por lo que somos... el que nosotros y nuestros superiores nos evalúen por la eficacia, por los números, por los resultados visibles... el que no hayamos descubierto la enorme eficiencia de la gratuidad... Y esto se da en el contexto de la actual figura del sacerdote católico de occidente: se espera de nosotros que seamos buenos predicadores, que sepamos celebrar con creatividad, que practiquemos la dirección espiritual, la atención a los enfermos, el consuelo de los tristes, que sepamos de organización y de comunicación social, que seamos capaces de organizar la pastoral infantil, juvenil y de los adultos mayores, además de llevar al día los libros parroquiales y de acoger a todos con una sonrisa, y que resolvamos adecuadamente nuestros conflictos afectivos de las distintas etapas de la vida, cosa que simplemente se da por descontada.


A estas expectativas, simplemente abusivas, especialmente cuando se tiene mega-parroquias que atender, se añade nuestra dificultad para trabajar en equipo, para irle reconociendo a cada cual lo suyo y vivir el ministerio en la comunidad de un presbiterio…


2.2.2. El servicio, el rol, el personaje


A veces, el problema viene de que nos come el rol: dejamos de ser personas y nos transformamos en personajes: en el “señor cura”, “señor obispo”, “monseñor…”, es decir, en lo que la gente se imagina que es ese personaje y terminamos huyendo de nuestra propia sombra...


No. Eso no es virtud. No es tampoco nuestra misión. Hay confusión de planos, sobre-expectativas, y hasta un cierto abuso con el sacerdote, cuando no el temor - y hasta el rechazo - a construir una Iglesia ministerial más conforme al proyecto de Jesús y a los signos de los tiempos.


En el caso de los obispos, es a veces, más agobiante: tienen que presidir en todas partes, decir discursos, hacer declaraciones, ser atinados… Y, además, sufren la soledad de su cargo, de las decisiones que tienen que tomar y de las muchas cosas que no deben decir sobre las personas que con ellos colaboran… Viven siempre en la lengua de los demás, empezando por los curas, y nadie les ayuda a sobrellevar las propias dificultades, las debilidades humanas que la mitra no les quita. O bien, viven recibiendo halagos y siendo colocados en sitiales que los alejan de su pueblo…


Es decir, sumando y restando, el peso de la misión es otra fuente de agobio y de cansancio ministerial.


2.2.3. Más de lo mismo


E incluso cuando comenzamos el Retiro después de merecidas vacaciones, sentimos “ante previsa merita” el cansancio del año que se nos viene encima: el peso de la misión nos fatiga y es un signo elocuente de que algo hay que cambiar en nuestro estilo de vida personal o presbiteral.


Este sentimiento, a veces, se agrava cuando no tenemos un proyecto pastoral y damos a todo la misma atención, la misma intensidad, sin priorizar de verdad. Toda persona necesita poner sus acciones, sus metas, en el marco de un proyecto, con un horizonte más o menos claro que consiste en preguntarse qué pretendo o pretendemos lograr en este lugar, en tal plazo, con tales medios…


2.3. El fracaso en el apostolado


No es menor el cansancio producido por el aparente fracaso en el apostolado o por la falta del fruto visible en nuestra acción pastoral. No es que andemos buscando el fruto, pero algo de ello es bueno ver… Además, vivimos bajo el ojo censor de los demás, por eso no es raro que en nuestras reuniones hablemos de lo que hemos hecho, de las cifras que exaltan nuestro ministerio, y rara vez nos atrevamos a contar nuestros fracasos.


Jesús experimentó fracaso en su relación con los doce cuando no entendían las parábolas o fueron incapaces de expulsar el espíritu inmundo de un niño al bajar del Tabor... O cuando, después de la Cena, “con la hostia en la boca”, se disputaban los primeros puestos... (Lc 22.24-30). ¡ Hasta cuándo tendré que estar con Uds. !


Jesús lo sufrió en su persona, en el tedio y la fatiga del Huerto y en la muerte ignominiosa cuando sintió el mayor abandono y, humanamente, el mayor fracaso. Pero no claudicó. Tanto en su agonía, como en otras oportunidades, el vigor le vino de un diálogo aún más intenso con el Padre, hasta lograr el acto de confianza, la actitud de abandono con que descansó su espíritu como preludio de la Resurrección definitiva. Es el mayor ejemplo de la fuerza en la debilidad que tan claro expone San Pablo: “mi gracia te basta...” Es la fuerza que viene del interior de cada cual y no de la extroversión ni de lo que piensen otros de lo bueno o malo que haya en cada uno de nosotros.


El fracaso en el apostolado es un rasgo importante de trabajar sobre todo en estos tiempos en que nadie enseña la pedagogía del fracaso: estamos llenos de ‘triunfadores’ , de hombre de ‘éxito’ y somos ciudadanos de un ‘país exitoso’.¿ Qué hacer entonces, cuando nos visita la incapacidad, los resultados parciales, o simplemente el fracaso ? Es el momento en que nos volvemos más propensos a la adicciones: al alcohol, al trabajo, al elogio…


2.4. Una espiritualidad insuficiente


Pero, también en nuestro caso, en la raíz del cansancio suele haber una espiritualidad insuficiente y deficitaria.


En cuanto a la oración... nos acostumbramos al mínimo. Se nos hace rutina la Eucaristía. La Liturgia de las Horas se nos cae de las manos, no tenemos tiempo... para estar con el Señor... Nos come la actividad y, en los ratos libres, la televisión o el internet.


En Jesús, en cambio, aprendemos que sus cansancios se resuelven subiendo temprano a la montaña a orar, después de la tarde fatigosa, o alejándose a un lugar apartado cuando comienzan los conflictos. Así sucede, por ejemplo, en la experiencia mística de la Transfiguració n, en la oración dolorosa del Huerto... ¡ Siempre con el Padre ! En palabras de Juan Pablo II, “la invocación ‘Padre’ es el secreto, el aliento, la vida de Jesús ” (Juan Pablo II, Mensaje a los Jóvenes 1999).


Es verdad que el sello distintivo del pastor - de la caridad pastoral - es dar la vida. Y darla hasta el último suspiro. Pero a eso habría que añadir que hay que entregar calidad de vida... por respeto a Jesús, a la misión, a la gente que El nos confía. Y para eso es necesario practicar las mínimas normas de higiene espiritual: cuidar el sueño, las comidas, los momentos de silencio, los tiempos de soledad, las buenas amistades...


Y, por otra parte, ser conscientes y practicantes de los rasgos de la propia espiritualidad. En nuestro caso, de la espiritualidad apostólica, secular y diocesana que, bien vivida, es fuente de consuelo, de energía, de identidad pastoral y personal, de proyección y creatividad en la misión. Con todo respeto, no creo que sea necesario tener que hacerse miembro, partícipe o numerario de otras formas de espiritualidad. Con todo respeto y libertad, porque a quien le sirve: ¡ bendito sea Dios ! Pero que sea por una opción, por una adhesión interior, y no por una fuga de la propia condición o por ignorancia sobre la propia espiritualidad.


Raro y muy contradictorio sería que el Señor a través de su Iglesia, nos llamara a un estilo de vida insostenible o inviable. Y la vocación al ministerio secular es parte esencial de la vida eclesial: es la vocación apostólica... la de Pedro, Pablo, Juan y Andrés... que han sido columnas de la espiritualidad de la Iglesia.


Eso mismo nos indica que, una raíz del cansancio psicológico y espiritual, se encuentra en la pérdida de sentido de nuestra propia identidad vocacional, es decir, una falta de perspectiva con respecto a la misión. Uno sólo se siente haciendo ‘cosas’… Y una fuente de descanso, de alivio, se encuentra al volver a descubrir los rasgos esenciales de la propia llamada.


2.5. La conversión aplazada


En fin, una raíz muy seria de nuestra fatiga es el aplazamiento de nuestras conversiones: la conversión del corazón, la conversión de costumbres, la conversión intelectual…


Hay una tremenda pérdida de energía en la creación de escenarios para vivir el propio capricho, un desborde de sensualidad, una apetencia de poder. Y una pérdida aún más grande de energía, aumentada por la culpa y la impotencia, para lamentar amargamente el vacío que nos dejó el ídolo que tanto acariciamos.


Hay una pérdida muy grande de energía cuando cohabita en nosotros un pecado - o una actitud de pecado - contra el cual dejamos de luchar. ¡ Nada peor que la convivencia entre la lucidez y la inacción ! En su extremo, nos lleva a la culpabilidad enfermiza y al desprecio de nosotros mismos que produce un profundo cansancio del alma. Este rasgo se acentúa aún más en quien, por oficio, debe proclamar la Palabra, explicitar en otros los llamados de Dios, escuchar confidencias de luchas interiores o, simplemente, ser ministro de la confesión sacramental. ¡ Imposible hacerse el sordo por mucho tiempo !


Y esto que se da en el campo de la conversión de costumbres, de la purificación de los afectos, también se da a nivel intelectual. El Evangelio postula un cambio de mentalidad, nos invita a plegarnos a los criterios de Dios, a la lógica de Jesucristo, al sentir del Espíritu, y a no dejarnos llevar por los criterios de este mundo que terminan produciendo vacío y hastío. (Cf. Rom 12, 1-2)


Una tal conversión supone estudio, contacto asiduo con la Palabra de Dios, acompañamiento espiritual, la práctica frecuente del sacramento de la confesión, y una cierta ascesis en la manera de vivir. Tanto mejor si se tiene una comunidad y si hay amistad suficiente como para practicar la fraternidad apostólica en que hay lugar para corrección y, sobre todo, mutuo estímulo. Y si en nuestras reuniones presbiterales nos damos el tiempo para acogernos en lo que somos y preocuparnos afectuosamente por nuestro crecimiento personal, desterrando para siempre la crítica irónica, maliciosa y descalificadora, que tanto destruye nuestros presbiterios.


3. Remedios para el cansancio ministerial


Muchos son los remedios para superar el cansancio. Algunos los hemos insinuado al hablar de sus raíces, otros son evidentes. Sin embargo, por aquello de que por sabido se calla y por callado se olvida... me permito insistir...


Pero antes, una distinción: una cosa es des-cansar, es decir, hacer algo o dejar de hacerlo para que se me quite el cansancio. Eso es necesario pero no basta. En castellano hay otra palabra que indica la actitud positiva para superar el cansancio y recuperar el aliento: esa es re-posar… como San Juan en el corazón del Señor. Es decir, volver a posar el corazón, la mente, los afectos en algo, o mejor, en Alguien que me llena de amor, de serenidad, de energía.


3.1. Los remedios sicológicos


Los remedios sicológicos comienzan por hacerse un horario higiénico en que se deje tiempo para el descanso físico y el descanso espiritual. Dormir bien es clave. Darse un día de descanso a la semana, como Dios lo mandó para toda la creación... no es un lujo: es simple obediencia.


Cultivar las buenas amistades, aquellas en que uno puede vaciar el alma... No olvidar una buena lectura, alguna experiencia estética, preocuparse por la humanidad del entorno, tanto en la casa como en la oficina o en la propia habitación...


Pero, más allá, de estos consejos obvios - aunque a veces poco practicados - es importante tener un sano realismo sobre sí mismo: reconocer los dones, los talentos, las limitaciones, las incapacidades. De esa manera no nos vamos a sobre exigir ni a infravalorar. Esto es algo que reposa el alma... pero que no se adquiere de una vez y para siempre. Hay que poner los medios adecuados a las etapas de la vida: cuando somos sacerdotes recién ordenados, cuando afrontamos la crisis de los cuarenta, cuando nos empinamos sobre la tercera edad, cuando tenemos la oportunidad de convertirnos plenamente en presbíteros, en años y en sabiduría.


3.2. El cultivo de los afectos
3.2.1. La relación afectiva


En varones y mujeres que hemos sido llamados a la virginidad consagrada, o simplemente al celibato, es muy importante el cultivo de los afectos en presencia del Señor. Pienso tanto en el afecto de la amistad, en el de la fraternidad, como en el de la paternidad o la maternidad. Una fuente de cansancios es tanto la represión permanente como el desborde incontrolado de nuestra sensibilidad. El asunto se vuelve apremiante porque nuestra vocación primera es vocación al amor, y ésta no se da en la idea: es una experiencia.


El amor atrae, asusta, a veces hiere, es fuente de sufrimiento y desencanto pero, como lo vemos en quienes lo han madurado, el amor se aprende y, en quienes lo logran, procura indefectiblemente la quietud del alma.


Este rasgo tan humano y tan divino - ¡Dios es amor! - hay que vivirlo necesariamente en la relación con El. Donde esta tu tesoro, ahí está tu corazón.


¿Por qué avergonzarse de sentir? ¿Por qué ocultar la amistad, la predilección? ¿Por qué no confesar la paternidad espiritual que nos llena de orgullo y de alegría?


En las actitudes clandestinas siempre hay campo para el Mal Espíritu. Estas nos alejan de la actitud de Jesús que, a la vista de todos, distinguió con su amor a Pedro, Santiago y Juan, a Lázaro, Marta y María... Y nos alejan también del deseo de Dios que sueña con que nos parezcamos a El en su paternidad.. . para que seamos completos... plenamente hombres... plenamente curas...


3.2.2. La oración afectiva


En la vida de los grandes santos se descubre la fuerza de su oración apasionada: en Teresa, la mística enamorada que se siente profundamente atraída por la humanidad del Señor; en Ignacio que, en toda su sobriedad, desata los sentidos cuando se trata de hacer composición de lugar para mejor comprender y amar al Señor, y que nos enseña el interno sentir que produce la oración; en Francisco... el hermano del agua y del sol ...empobrecido por una opción de amor, dueño de cantar y alabar al Señor en cada criatura; en San Bernardo, varón de afectos, que arrastra incluso a su familia al monasterio; en Agustín que cae rendido de amor ante la belleza tan antigua y siempre nueva de Dios…


Y podríamos seguir... o mejor, comenzar con Jesús que, tomado por el Espíritu, rompe en alabanza por lo que Dios revela a los pequeños, que abre el secreto de su corazón y despliega sus afectos en la intimidad de la Cena, que derrama su alma agonizante en la soledad del Huerto, que clama con lágrimas de angustia, y que ama tan intensamente a cada persona que cruza su camino.


Muchos de nosotros, en cambio, estamos marcados por una oración intelectual. Así nos enseñaron. Y por eso, no pocos tienen la percepción de que la oración afectiva es para los adolescentes o, por lo menos, para los recién iniciados. De una u otra manera tememos caer en la desconfianza que el ambiente clerical procura a los “afectivos”... y terminamos viviendo a escondidas lo que Dios nos llama a vivir a plena luz del día.


Dios es amor... y no puede sino dar amor. Y por esa simple razón ésta es la actitud y el misterio en que encuentra su mayor reposo el alma. Es el alivio que produce el “yugo suave” de Jesús que quita todo agobio. El alivio no viene del menor peso de la coyunda sino del hecho de ser “enyugados” para siempre con Jesús para recorrer en su compañía los caminos de la vida.


4. Haz las obras del principio


Pero, el reposo por excelencia se encuentra cuando volvemos a posarnos, con todo nuestro ser, en el primer amor. Es el llamado del Apocalipsis :


“Escribe al ángel de la Iglesia de Éfeso:
Esto dice el que sujeta en la diestra las siete estrellas, el que camina entre las siete lámparas de oro:
Conozco tus obras, tus fatigas, tu paciencia... has soportado y aguantado por mi causa sin desfallecer.
Pero, tengo algo contra ti: que has abandonado tu amor primero.
Fíjate de dónde has caíd y haz las obras del principio...
Quien tenga oídos, escuche lo que dice el Espíritu a las Iglesias.
Al vencedor le permitiré comer del árbol de la vida que está en el paraíso de Dios”
(Apoc 2,1-7).


¿Cuál es para un presbítero el amor primero ? ¿Cuáles son las obras del principio?


A menudo, cuando se trata del amor primero, pensamos en el Seminario, en el Noviciado, en el tiempo en que decidimos nuestra vocación. Y está bien. Otras veces, volvemos a la historia de nuestra vocación o a las primicias de nuestro ministerio. Bendito sea Dios. Todo ello nos ayuda. Pero, lo más importante, es regresar al momento en que el mismo Señor decidió nuestro llamado y que es anterior, incluso, al momento en que lo percibimos.


Poner la mirada en nuestra decisión es volvernos al pasado, en el ayer que ya pasó. Poner la mirada en la elección es dirigir nuestra atención hacia el presente y el futuro en que Dios nos sigue y seguirá amando, llamando y eligiendo. Poner le mirada en nuestra decisión es privilegiar la voluntad, el esfuerzo, la respuesta y, ciertamente, la generosidad del elegido. Poner la mirada en la elección es subrayar la gracia, el don y, ciertamente, la generosidad de Dios que llama a quien El quiere. Ambos caminos producen gozo y paz. Pero el re-poso del primer amor llega plenamente cuando se sabe, y se siente, que ese amor es voluntad de Dios, ( por más débil que sea mi respuesta ), y que Dios jamás revoca su elección. A la voluntad le inquieta el para siempre de este compromiso. En cambio, el alma encuentra su reposo cuando sabe - ¡ y cuando experimenta ! - que el amor de Dios es eterno y que con ese amor hemos sido llamados.


Si volvemos al escenario de nuestra elección, en el capítulo tercero de San Marcos, veremos que a tres cosas hemos sido llamados en una noche de vigilia. A esas tres tenemos que volver en ese mismo espíritu de vigilia: a estar con El, a proclamar su Reinado y a exorcizar con su poder Y a una cuarta que encabeza este llamado: a ser doce, a ser comunión...y no solitarios ni evadidos de la fraternidad ministerial. (Ver Mc 3, 13-17).


4.1. Nos llamó para estar con El... [adorar]


En su compañía se encuentra el mayor descanso. En palabras de San Agustín, en el Libro de las Confesiones: “de ti proviene esta atracción a tu alabanza, porque nos has hecho para ti, y nuestro corazón no halla sosiego hasta que no descansa en ti” (“Libro de las Confesiones”) .


Peregrinar a ese lugar con la ternura de San Juan, con el ímpetu de San Pedro, con la pasión de San Bernardo... - cada uno con la manera que Dios le dió - es dirigirnos al epicentro del primer amor. Es ingresar también a la admiración, a la contemplación, como siempre la practican dos personas que se aman.


La vida es lucha y es don. También lo es nuestra vocación. Pero, como enseña lúcidamente San Francisco, hay que aprender a pasar por la vida con la serenidad de los grandes ríos.


Cuenta “La Sabiduría de un Pobre” que el Hermano Rufino había ofendido gravemente a San Francisco. Después de un largo desencuentro llega el momento de la reconciliació n. El diálogo fraterno, cálido, hermoso, concluye así:


"Escucha hermano, es preciso que te diga una cosa... dijo Francisco.
- Con la ayuda del Señor has vencido tu voluntad de dominio y de prestigio. Pero no sólo una vez, sino diez, veinte, cien veces más tendrás que vencerla.
- Me das miedo, padre - dijo Rufino. No me siento hecho para sostener una lucha así.
- No llegarás a ello luchando, sino adorando - replicó dulcemente Francisco -. El hombre que adora a Dios reconoce que no hay otro Todopoderoso más que El solo. Lo reconoce y lo acepta. Profundamente, cordialmente. Se goza en que Dios sea Dios. Dios es, eso le basta. Y eso le hace libre. ¿ Comprendes ?
- Sí, padre, comprendo - respondió Rufino.
- Si supiéramos adorar - dijo Francisco - nada podría verdaderamente turbarnos: atravesaríamos el mundo con la tranquilidad de los grandes ríos".
(Eloy Leclercq, "La Sabiduría de un Pobre" Marova, XII Ed., pág. 113).


La lucha contra nosotros mismos, y contra todo aquello que nos llena de fatiga, se vence con adoración más que con la voluntad, con amor contemplativo más que con violencia interior. Y la imitación de Jesús, o su seguimiento, es el fruto maduro de quien pone en El largamente su mirada y no del que vive vuelto hacia sí mismo. Eso es lo que reposa el alma...


4.2. Nos llamó para enviarnos a predicar y, ¡ ay de mi si no Evangelizare ! [sentir con El]


Es cierto que el anuncio de la Palabra es vocación y es también tormento. Pero, como toda criatura que se engendra, cuando ponemos nuestro corazón, nuestras entrañas, nuestros sentimientos y nuestra inteligencia al servicio de la Palabra, a los dolores de parto sigue el gozo de la vida nueva que el Espíritu de Dios ha engendrado en nosotros y por nuestro intermedio.


"Cuando encontraba palabras tuyas las devoraba: tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque tu Nombre fue pronunciado sobre mí, Señor, Dios de los ejércitos !" (Jer 15,15)


Una manera de encontrar re-poso es preparar la Palabra: darle primacía en nuestro ministerio. Así ella será "gozo y alegría de mi corazón". Pero, además, los presbíteros tenemos otro don: la posibilidad de proclamarla y celebrarla con toda el alma en la Liturgia sacramental. En ella hacemos fiesta por el paso del Señor por la vida de los hombres: lo reconocemos, lo delatamos, lo proponemos, lo ofrecemos. La Liturgia se transforma en un tiempo donde impera lo gratuito, lo inesperado, donde vuelve a primar el don sobre el cansancio de la lucha. Este es un espacio propicio para amar, para servir, para sentir, para engendrar y para encontrar el reposo que buscamos.


¡Que Dios nos de la gracia de celebrar con los demás y no sólo para los demás! ¡Que nos haga animadores y concelebrantes, no sólo Presidentes! Y que nos ayude a ser fieles a la voz de la Iglesia que, así como nos invita a celebrar diariamente, nos prohíbe celebrar más de dos Misas en día laboral y más de tres en día festivo...


Pero, volviendo al llamado, la invitación a proclamar simboliza también la misión en su conjunto. En consecuencia, volver al primer amor es ponernos de cara a la misión que el Señor nos vuelve a confiar. Y hacerlo con inteligencia, con discernimiento, con creatividad – “como amigo más que como siervo” (Jn 15, 15) - en escucha atenta a las opciones pastorales de la Iglesia y a la voz de Dios en nuestros talentos y limitaciones.


No lo podemos hacer todo. Hay que priorizar. Pero, esto último hay que hacerlo desde el Señor y no desde nuestra comodidad o nuestro antojo. Y más que eso, es necesario reconocer que la Misión pertenece al Padre y que nosotros somos sus simples enviados. Es El quien da el fruto, la eficacia, y no nosotros. Esto cuesta más. Pero, una vez hecho el acto de abandono, sin quitar nada a nuestros talentos ni a nuestros desvelos, el espíritu del apóstol encuentra su reposo y una serenidad que, paradójicamente, confiere incluso más eficacia a sus trabajos.


Es curioso, al preguntar a la gente - en especial a los jóvenes - qué imagen tienen de los curas, alguna vez me han mostrado una libreta repleta de compromisos. ¡ Somos gente sin tiempo ! A mi, ciertamente, me lo han criticado. Y, claro, pocos quieren ser curas para vivir agobiados. Más lo querrían si nos vieran disfrutando del trabajo y también el descanso, al cual todo obrero tiene su derecho...


Si estar con el Señor significa crecer en intimidad a través de la contemplación y la adoración, ser enviados en misión significa buscar tener los mismos sentimientos de Jesús (Cf Fil 2). Es crecer en amistad con El, ser más sensibles a sus intereses, a sus puntos de vista, a su mirada sobre la gente y sobre el mundo. La intimidad y la misión son dos caras de una misma moneda. Es amigo el enviado... y es Amigo quien envía... Y esto nos hace descubrir la paz aún en medio de las mayores responsabilidades.


4.3. Nos llamó con poder... para exorcizar [bendecir]


Los sentimientos de Jesús nos introducen en el tercer aspecto de nuestra llamada que consiste en exorcizar, con su Espíritu, lo diabólico de la vida, de mi vida. A echar el Ungüento del Espíritu para que sanen las rupturas, los desgarros, las incoherencias, las compensaciones, los apegos que nos quitan libertad y nos lanzan al abismo del cansancio y del hastío. Exorcizar es dar la cara, con el poder del Señor, a nuestras conversiones aplazadas. Entonces, llega la serenidad, se aleja el cansancio.


Esto en el plano personal. Pero, obviamente también, en nuestro ministerio, prodigando ánimo y consuelo, ejerciendo el sacramento del perdón, denunciando la injusticia y ayudando a que el Señorío de Jesucristo sea experimentado en plenitud. Eso es algo que produce gozo y paz - reposo - no exento de fatiga física, pero con el consuelo que produce la coherencia personal y la vida en el Señor. Y con la alegría que nos da ayudar a que los pobres, los mansos, los pacificadores, los hambrientos y sedientos de justicia, los limpios de corazón, los misericordiosos y los que padecen persecución por causa de la justicia experimenten la Bienaventuranza del Señor.


Es cosa de ver qué es lo que sucede cada vez que Jesús impone su autoridad por sobre los demonios... A quienes son sanados les cambia el rostro, les renace la alegría, dejan de echar espumarajos para y encuentran el reposo, la quietud y el deseo incontenible de confesar Su Nombre y de seguir a Jesús a donde quiera que vaya.


Si estar con El significa volver a la contemplación, si ser enviados implica redescubrir la amistad y los sentimientos de Jesús, el mejor exorcismo se encuentra en el corazón y los labios que saben bendecir . Ahí esta Job: “Dios me lo dio, Dios me lo quitó, ¡ bendito sea Dios !” Y ahí esta María, la del Magníficat, que exorciza con su canto agradecido las miserias más profundas de la humanidad.


5.4. Nos llamó y ... nos hizo doce … vivir en comunión


Este programa no se puede realizar en soledad, como tampoco se puede evangelizar aisladamente ni en forma sectaria. El texto de Marcos dice que el Señor los llamó por su nombre y "los hizo doce". Eso quiere decir que nuestra identidad ministerial nos vincula sacramentalmente a los copresbíteros y al Obispo de quien somos hermanos y colaboradores.


Parte del cansancio nos viene precisamente del querer asumir en nuestra persona todos los roles que ejerce un sacerdote, y de querer ejercerlos en forma aislada... para marcarlo todo con nuestra impronta... o, por lo menos, para no tener problemas... ¡ Fatal ! Es el síndrome del individualismo que resta apoyo al ministro del Señor, resta eficacia a nuestro ministerio, y se convierte en una de las mayores fuentes de tensión, de fatiga y de agobio en la vida de los sacerdotes.


Otra fuente de agobio es la falta de comunión con el Obispo. Su figura forma parte de nuestro ser sacramental. Es imagen del Padre, por la autoridad que ejerce, por el lugar que tiene en la Iglesia y porque nuestro sacerdocio ministerial depende del suyo, como lo dice la Oración Consagratoria de la ordenación sacerdotal. Es comprensible, entonces, que muchos presbíteros sufran una tremenda frustración al no sentirse acogidos o valorados por el propio Pastor.


En cambio, el reposo sicológico y espiritual que necesitamos se encuentra en la relación madura - fraterna y filial, con los co-presbíteros y con el Obispo - en la fraternidad vivida, en las cargas compartidas, en el discernimiento comunitario, en la emulación fraterna... Todo ello va formando un corazón maduro en el amor y aleja de nuestros labios y de nuestro corazón la crítica hiriente, la envidia disfrazada de virtud, los celos posesivos que privan de libertad a quienes ayudamos a engendrar y son fuente de enemistad entre sacerdotes.


Es curioso: las mismas competencias desleales que criticamos a la economía de mercado las solemos practicar nosotros entre parroquias, movimientos, grupos de espiritualidad o, simplemente, disputándonos el acompañamiento y la estima de las mismas personas. Nos importa mucho saber si son de Pablo o de Apolo y se nos olvida que lo importante es que sean de Cristo. Que Pablo siembre, que Apolo riegue y que la Iglesia recoja los frutos...


Dejarnos amar, por Jesús y por la gente, dejarnos llevar, renunciar a los celos y entronizar la admiración, la alabanza, la gratitud, es inaugurar una hermosa manera de ser Iglesia de Dios y renunciar a vivir sectariamente.


No es bueno que el hombre esté solo, dijo el Señor el sexto día de la Creación. Y también el día sexto Jesús entregó su vida para romper la enemistad y recrear el vínculo de amor. Desde entonces El siempre nos acompaña. Con esa misma autoridad El nos envía de dos en dos a proclamar y a vivir el proyecto del Reino que exorciza el individualismo y entroniza la comunión. Esta es la actitud de fondo en que va a encontrar re-poso nuestro corazón. Y así, como los discípulos más cercanos a Jesús, podremos encontrar un gran gozo en el testimonio de su Nombre y, nuestro re-poso, al dejar que El lave nuestros piés cansados y al reclinar el peso de nuestras preocupaciones sobre el corazón quien nos ha llamado.


En ese momento, eucarístico por excelencia, se experimenta la intimidad, se recrea la misión y se exorcizan las distancias y las dudas que producen sobresalto en el corazón del ministro consagrado.


Esa es la gracia que pedimos, invocando el amparo de María, quien nos introduce complacida a la experiencia del salmista:


“Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a El”.
PARA LA ORACIÓN PERSONAL
Leer : Mt 11, 28-30; Apoc. 2,1-7.


Hacerse las siguientes preguntas:
- ¿Cómo he experimentado el cansancio ministerial o el cansancio en mi vida espiritual?
- ¿Qué reacciones tengo cuando me siento cansado de servir o cansado en mi vida espiritual?
- ¿Cuáles son mis “escondites” favoritos?
- ¿Cuáles son los remedios que aplico en mi vida, para salir del cansancio espiritual y/o ministerial?
- ¿Qué lugar le doy a la fraternidad sacerdotal:
Amistad / equipos / decanato ?


(IGNORO EL AUTOR)
- Toma un tiempo generoso para admirar al Señor, y agradecer su amor primero...
- Déjate amar por el Señor hoy día: déjate reconquistar por El.

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Matías.