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Es nuestro dulce oficio aquí en la tierra
preparar las ofrendas del altar:
del santo sacrificio el pan y el vino
que el "cielo" aquí abajo encarnarán.
El cielo, ¡oh misterio soberano!,
se nos oculta en el humilde pan;
porque el cielo es Jesús, que, íntegro y vivo,
cada día nos viene a visitar.
Ni las reinas de
nuestro pobre mundo
nos son iguales en felicidad,
porque es una oración nuestro trabajo
que a Dios nos une en honda intimidad.
Los más grandes honores de este mundo
no se le pueden a éste comparar:
la paz celeste y el dulzor profundo
que nos hace Jesús saborear.
Pero sentimos una santa envidia
de esa humilde labor de nuestras manos:
de cada pequeñita y blanca hostia
que velará a Jesús, Cordero manso.
Mas su divino amor nos ha elegido,
quiere ser nuestro Amigo y nuestro Esposo.
También somos nosotras hostias vivas
que quiere convertir en Sí, amoroso.
¡Oh, sublime misión del sacerdote,
también en misión nuestra te conviertes!
Por el divino Maestro transformadas,
Jesús en nuestros pasos anda siempre.
Debemos ayudar a los apóstoles
con nuestras oraciones, nuestro amor.
Sus campos de combate son los nuestros,
y debemos luchar de sol a sol.
¡Que el buen Dios escondido en el sagrario,
también latente en nuestros corazones,
a nuestra voz -¡grandísimo milagro!-
su perdón dé a los pobres pecadores!
Nuestra felicidad y nuestra gloria
es por Jesús sufrir y trabajar.
El copón es su cielo, ¡que nosotras
queremos de elegidos cumular...!
Es nuestro dulce oficio aquí en la tierra
preparar las ofrendas del altar:
del santo sacrificio el pan y el vino
que el "cielo" aquí abajo encarnarán.
El cielo, ¡oh misterio soberano!,
se nos oculta en el humilde pan;
porque el cielo es Jesús, que, íntegro y vivo,
cada día nos viene a visitar.
Ni las reinas de

nos son iguales en felicidad,
porque es una oración nuestro trabajo
que a Dios nos une en honda intimidad.
Los más grandes honores de este mundo
no se le pueden a éste comparar:
la paz celeste y el dulzor profundo
que nos hace Jesús saborear.
Pero sentimos una santa envidia
de esa humilde labor de nuestras manos:
de cada pequeñita y blanca hostia
que velará a Jesús, Cordero manso.
Mas su divino amor nos ha elegido,
quiere ser nuestro Amigo y nuestro Esposo.
También somos nosotras hostias vivas
que quiere convertir en Sí, amoroso.
¡Oh, sublime misión del sacerdote,
también en misión nuestra te conviertes!
Por el divino Maestro transformadas,
Jesús en nuestros pasos anda siempre.
Debemos ayudar a los apóstoles
con nuestras oraciones, nuestro amor.
Sus campos de combate son los nuestros,
y debemos luchar de sol a sol.
¡Que el buen Dios escondido en el sagrario,
también latente en nuestros corazones,
a nuestra voz -¡grandísimo milagro!-
su perdón dé a los pobres pecadores!
Nuestra felicidad y nuestra gloria
es por Jesús sufrir y trabajar.
El copón es su cielo, ¡que nosotras
queremos de elegidos cumular...!
cuales son las luces y sombra de las sancristanas?
ResponderEliminar¿Luces y sombras? Creo que sí las tenían. Pero estoy seguro que sobreabundaban las luces, y sobre todo luces de la santidad de Teresita y sus hermanas.
Eliminar¡Saludos!