jueves, 23 de julio de 2009

Oración al comulgar el sacerdote

Señor, que has llegado
a tu sacerdote,
concédele la Gracia:
- de ser santo,
- de llegar con tu palabra
y tu alimento
a los corazones que te buscan,
- de sentirse acompañado
por sus hermanos
sacerdotes, religiosos,
consagrados y todo tu pueblo.
Y a nosotros, Señor, fortalécenos
para aumentar los conocimientos
de tu doctrina
a favor de la fe, la esperanza y la caridad,
que nos ilumina para crecer en obras.
Gracias, Señor.
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Arnoldo Torrisi

martes, 21 de julio de 2009

Carta 94 - A Celina (extracto)

J.M.J.T.
Jesús +
El Carmelo, 14 de julio de 1889
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[...] Celina, durante los CORTOS INSTANTES que nos quedan no perdamos el tiempo..., salvemos almas... Las almas se pierden como copos de nieve, y Jesús llora, y nosotras pensamos en nuestro dolor sin consolar a nuestra prometido... Sí, Celina, vivamos para las almas..., seamos apóstoles..., salvemos sobre todo las almas de los sacerdotes. Esas almas debieran ser más transparentes que el cristal... Pero, ¡ay!, ¡cuántos malos sacerdotes, cuántos sacerdotes que no son lo bastante santos...! Oremos y suframos por ellos, y en el último día Jesús estará agradecido. ¡Nosotras le daremos almas...!
¿Comprendes, Celina, el grito de mi corazón...? Juntas..., siempre juntas.
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Celina y Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz,
nov. carm. ind.
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Sor María del Sagrado Corazón no te puede escribir porque la carta pesaría demasiado.

miércoles, 15 de julio de 2009

Sufrimientos y esperanzas del apostolado

Las perlas de san Pablo
Vitaminas paulinas para el Año Sacerdotal n. 14
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Nos preocupamos en toda circunstancia de no dar a otro ningún pretexto para criticar nuestra misión; al contrario, de mil maneras demostramos ser auténticos ministros de Dios que lo soportan todo: las persecuciones, las privaciones, las angustias, los azotes, las detenciones, las oposiciones violentas, las fatigas, las noches sin dormir y los días sin comer..

Procedemos con integridad, conocimiento, espíritu abierto y bondad, impulsados por el Espíritu Santo y el amor sincero, con las palabras de verdad y con la fuerza de Dios, con las armas de la justicia, tanto para atacar como para defendernos.
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Unas veces nos honran y otras nos insultan; recibimos tanto críticas como alabanzas; pasamos por mentirosos, aunque decimos la verdad; por desconocidos, aunque nos conocen. Nos dan por muertos, pero vivimos; se suceden los castigos, pero no somos ajusticiados. (2Corintios 6,3-9)
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Reflexión: “La paciencia, que es constancia y fuerza de ánimo, es la virtud principal del Apóstol, en los momentos más difíciles de la vida”.
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Consigna: Pablo se agrandaba ante las dificultades porque lo apremiaba el amor de Cristo y la salvación de la gente. ¿Y nosotros, porqué nos desanimamos tan fácilmente en nuestras tareas apostólicas?
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Con los saludos y la oración del p. Benito Spoletini, ssp

martes, 14 de julio de 2009

Oración por los sacerdotes

Señor Jesús, presente en el Santísimo Sacramento,
que quisiste perpetuarte entre nosotros
por medio de tus Sacerdotes,
haz que sus palabras sean sólo las tuyas,
que sus gestos sean los tuyos,
que su vida sea fiel reflejo de la tuya.
Que ellos sean los hombres que hablen a Dios de los hombres
y hablen a los hombres de Dios.
Que no tengan miedo al servicio,
sirviendo a la Iglesia como Ella quiere ser servida.
Que sean hombres, testigos del eterno en nuestro tiempo,
caminando por las sendas de la historia con tu mismo paso
y haciendo el bien a todos.
Que sean fieles a sus compromisos,
celosos de su vocación y de su entrega,
claros espejos de la propia identidad
y que vivan con la alegría del don recibido.
Te lo pido por tu Madre Santa María:
Ella que estuvo presente en tu vida
estará siempre presente en la vida de tus sacerdotes.
Amén.
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El Orden Sacerdotal

El Orden Sacerdotal es un sacramento que, por la imposición de las manos del Obispo, y sus palabras, hace sacerdotes a los hombres bautizados, y les da poder para perdonar los pecados y convertir el pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.
El sacramento del orden lo reciben aquellos que se sienten llamados por Dios a ser sacerdotes para dedicarse a la salvación eterna de sus hermanos los hombres. Esta ocupación es la más grande de la Tierra, pues los frutos de sus trabajos no acaban en este mundo, sino que son eternos.
La vocación al sacerdocio lleva consigo el celibato, recomendado por el Señor. La obligación del celibato no es por exigencia de la naturaleza del sacerdocio, sino por ley eclesiástica .
La Iglesia quiere que los candidatos al sacerdocio abracen libremente el celibato por amor de Dios y servicio de los hombres .
La Iglesia quiere a sus sacerdotes célibes para que puedan dedicarse completamente al bien de las almas, sin las limitaciones, en tiempo y preocupaciones, que supone sacar adelante una familia.
El sacerdote debe estar libre para dedicarse, cien por cien, al cuidado de las almas.
Aunque es verdad que en algún caso una esposa podría ayudarle, también es verdad que en otros muchos, una esposa podría absorberle su tiempo por estar enferma física o psíquicamente, o por exigir de él mayor atención, etc.
Y por supuesto, los hijos exigirían de él, no sólo tiempo, sino destinos en los que la educación de ellos fuera más fácil, o evitar atender a enfermos contagiosos, etc.
Es decir, el sacerdote sin familia está más libre para el apostolado; y la Iglesia, en dos mil años de experiencia, así lo ha advertido, y por eso exige el celibato a sus sacerdotes.
Pero, sobre todo, el celibato sacerdotal tiene un fundamento teológico: Cristo fue célibe, y el sacerdote es "alter Christus", es decir, otro Cristo .
El amor de Jesucristo es universal, igual para todos; sin los exclusivismos propios del amor matrimonial. Así debe ser el amor del sacerdote.
La vocación no consiste en recibir una llamada telefónica de Dios. Si un muchacho tiene buena salud (no es necesario ser un superman), es capaz de hacer estudios (no es necesario ser un genio), puede vivir habitualmente en gracia, con la ayuda de Dios (no hace falta ser ya un santo), tiene buena intención (no se trata de buscar el modo de ganarse la vida) es decir, busca su propia perfección y la salvación de las almas, debe preguntarse si Dios le llama al sacerdocio.
No se trata de preguntar ¿me gustaría ser sacerdote? sino, ¿me querrá Dios sacerdote?. En caso de duda preguntar a persona imparcial y formada.
Hay que pedirle a Dios que haya muchas vocaciones sacerdotales y religiosas, pues hacen falta muchos párrocos, muchos misioneros, predicadores, confesores, maestros, etc., y también muchas Hermanitas de los Pobres, de la Caridad, en los hospitales, en los asilos, religiosas en las escuelas, colegios etc.; y otras en los conventos de clausura que alaben a Dios y pidan por los pecadores.
Por eso es un gran apostolado ayudar económicamente a la formación de futuros apóstoles, y a los conventos de clausura.
Todos debemos pedir a Dios que sean muchos los jóvenes que sigan la voz de Dios, pues hacen falta muchos y buenos sacerdotes y religiosos.
Los padres tienen obligación grave de dejar en libertad a sus hijos que quieran consagrarse a Dios. Pero también sería pecado -y gravísimo- el inducir a sus hijos, por motivos humanos, a abrazar, sin vocación, el estado eclesiástico.
Los padres deben cuidar de no presionar a sus hijos en la elección de una profesión y estado de vida. (p. Jorge Loring, Para Salvarte)

Fuente: www.aciprensa.com/asacerdotal

Las sacristanas del Carmelo

Poesía de santa Teresita del Niño Jesús (PN40). - Fecha: principio de noviembre de 1896. - Compuesta para: sor María Filomena de Jesús, a petición suya, y las demás sacristanas.
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Es nuestro dulce oficio aquí en la tierra
preparar las ofrendas del altar:
del santo sacrificio el pan y el vino
que el "cielo" aquí abajo encarnarán.

El cielo, ¡oh misterio soberano!,
se nos oculta en el humilde pan;
porque el cielo es Jesús, que, íntegro y vivo,
cada día nos viene a visitar.

Ni las reinas de nuestro pobre mundo
nos son iguales en felicidad,
porque es una oración nuestro trabajo
que a Dios nos une en honda intimidad.

Los más grandes honores de este mundo
no se le pueden a éste comparar:
la paz celeste y el dulzor profundo
que nos hace Jesús saborear.

Pero sentimos una santa envidia
de esa humilde labor de nuestras manos:
de cada pequeñita y blanca hostia
que velará a Jesús, Cordero manso.

Mas su divino amor nos ha elegido,
quiere ser nuestro Amigo y nuestro Esposo.
También somos nosotras hostias vivas
que quiere convertir en Sí, amoroso.

¡Oh, sublime misión del sacerdote,
también en misión nuestra te conviertes!
Por el divino Maestro transformadas,
Jesús en nuestros pasos anda siempre.

Debemos ayudar a los apóstoles
con nuestras oraciones, nuestro amor.
Sus campos de combate son los nuestros,
y debemos luchar de sol a sol.

¡Que el buen Dios escondido en el sagrario,
también latente en nuestros corazones,
a nuestra voz -¡grandísimo milagro!-
su perdón dé a los pobres pecadores!

Nuestra felicidad y nuestra gloria
es por Jesús sufrir y trabajar.
El copón es su cielo, ¡que nosotras
queremos de elegidos cumular...!

viernes, 10 de julio de 2009

Don de la INDULGENCIA PLENARIA en el Año Sacerdotal

Su Santidad el Papa Benedicto XVI, para celebrar el 150° aniversario de la muerte de san Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, ha promulgado el “Año Sacerdotal Especial” invitándonos a meditar sobre la fidelidad de Cristo y la fidelidad del sacerdote y concede la obtención de la Indulgencia Plenaria, que podrá alcanzarse para sí o en sufragio de los sacerdotes difuntos, y que será válida durante todo el Año Sacerdotal.
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En nuestra Arquidiócesis de Buenos Aires se podrá obtener el Don de la Indulgencia Plenaria a lo largo del Año Sacerdotal, desde el 19 de junio de 2009 hasta su clausura el 19 de junio de 2010, en las siguientes oportunidades y cumpliendo con las tres condiciones acostumbradas: rezo del Padrenuestro y Credo; oración por las intenciones del Santo Padre y confesión y comunión.
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- A los sacerdotes, que cualquier día recen laudes o vísperas ante el Santísimo Sacramento expuesto o reservado y se dediquen en ese día a la celebración de los sacramentos.
- A todos los fieles (sacerdotes, religiosos y laicos) que participen de la misa y ofrezcan por los sacerdotes sus oraciones y obras buenas realizadas.

- En el primer jueves de cada mes.

- A los ancianos, a los enfermos y a todos aquellos que por motivos legítimos no puedan salir de sus casas, si con el espíritu desprendido de cualquier pecado y con la intención de cumplir, en cuanto les sea posible, las tres condiciones acostumbradas, donde se encuentren a causa de su impedimento, en los días antes mencionados, recen por la santificación de los sacerdotes y ofrezcan con confianza a Dios sus enfermedades y las molestias de su vida.

- En la Iglesia Catedral Metropolitana y en los Templos Parroquiales cada vez que el rector y párrocos, respectivamente, organicen especiales actos de oración por los sacerdotes.

- En el día del 150° aniversario de la piadosa muerte de san Juan María Vianney (4 de agosto de 2009).

miércoles, 8 de julio de 2009

Oración para el Año Sacerdotal

Jesús, Buen Pastor,
que has querido guiar a tu pueblo
mediante el ministerio de los sacerdotes:
¡gracias por este regalo para tu Iglesia y para el mundo!
Te pedimos por quienes has llamado a ser tus ministros:
cuídalos y concédeles el ser fieles.
Que sepan estar en medio y delante de tu pueblo,
siguiendo tus huellas e irradiando tus mismos sentimientos.
Te rogamos por quienes se están preparando
para servir como pastores:
que sean disponibles y generosos
para dejarse moldear según tu corazón.
Te pedimos por los jóvenes a quienes también hoy llamas:
que sepan escucharte y tengan el coraje de responderte,
que no sean indiferentes a tu mirada tierna y comprometedora,
que te descubran como el verdadero Tesoro
y estén dispuestos a dar la vida "hasta el extremo".
Te lo pedimos junto con María, nuestra Madre de Luján,
y San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars,
en este Año Sacerdotal.
Amén.

Fuente: www.arzbaires.org.ar

El Cura de Ars, patrón de todos los sacerdotes

martes, 7 de julio de 2009

Oración

Sacerdote de Cristo:
Reposa en mí tus sagradas manos para que sienta la tierna y fresca caricia del Señor.
Unge con óleo mi cabeza, perfúmala y hazla resplandecer con la bendición de Dios.
Haz presente en mi vida a Jesús Eucaristía. Acepta mis dones a Él y conviértelos. Tú puedes hacerlo.
Seas siempre bendito aquí en este mundo y por los siglos de los siglos.

Matías Néstor Macagno

Te amo, oh mi Dios

Te amo, Oh mi Dios.
Mi único deseo es amarte
hasta el último suspiro de mi vida.
Te amo, oh infinitamente amoroso Dios,
y prefiero morir amándote que vivir un instante sin Ti.
Te amo, oh mi Dios, y mi único temor es ir al infierno,
porque ahí nunca tendría la dulce consolación de tu amor.
Oh mi Dios,
si mi lengua no puede decir cada instante que te amo,
por lo menos quiero que mi corazón lo repita cada vez que respiro.
Ah, dame la gracia de sufrir mientras que te amo,
y de amarte mientras que sufro,
y el día que me muera
no solo amarte pero sentir que te amo.
Te suplico que mientras más cerca esté de mi hora final
aumentes y perfecciones mi amor por Ti.
Amén.

San Juan María Vianney

lunes, 6 de julio de 2009

Inauguración del Año Sacerdotal - Homilía de Su Santidad Benedicto XVI

Basílica de San Pedro, Viernes 19 de junio de 2009
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Queridos hermanos y hermanas:
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En la antífona del Magníficat dentro de poco cantaremos: "Nos acogió el Señor en su seno y en su corazón", "Suscepit nos Dominus in sinum et cor suum". En el Antiguo Testamento se habla veintiséis veces del corazón de Dios, considerado como el órgano de su voluntad: el hombre es juzgado en referencia al corazón de Dios. A causa del dolor que su corazón siente por los pecados del hombre, Dios decide el diluvio, pero después se conmueve ante la debilidad humana y perdona. Luego hay un pasaje del Antiguo Testamento en el que el tema del corazón de Dios se expresa de manera muy clara: se encuentra en el capítulo 11 del libro del profeta Oseas, donde los primeros versículos describen la dimensión del amor con el que el Señor se dirigió a Israel en el alba de su historia: "Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo" (v. 1). En realidad, a la incansable predilección divina Israel responde con indiferencia e incluso con ingratitud. "Cuanto más los llamaba —se ve obligado a constatar el Señor—, más se alejaban de mí" (v. 2). Sin embargo, no abandona a Israel en manos de sus enemigos, pues "mi corazón —dice el Creador del universo— se conmueve en mi interior, y a la vez se estremecen mis entrañas" (v. 8).
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¡El corazón de Dios se estremece de compasión! En esta solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús la Iglesia presenta a nuestra contemplación este misterio, el misterio del corazón de un Dios que se conmueve y derrama todo su amor sobre la humanidad. Un amor misterioso, que en los textos del Nuevo Testamento se nos revela como inconmensurable pasión de Dios por el hombre. No se rinde ante la ingratitud, ni siquiera ante el rechazo del pueblo que se ha escogido; más aún, con infinita misericordia envía al mundo a su Hijo unigénito para que cargue sobre sí el destino del amor destruido; para que, derrotando el poder del mal y de la muerte, restituya la dignidad de hijos a los seres humanos esclavizados por el pecado. Todo esto a caro precio: el Hijo unigénito del Padre se inmola en la cruz: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1). Símbolo de este amor que va más allá de la muerte es su costado atravesado por una lanza. A este respecto, un testigo ocular, el apóstol san Juan, afirma: "Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua" (Jn 19, 34).
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Queridos hermanos y hermanas, os doy las gracias porque, respondiendo a mi invitación, habéis venido en gran número a esta celebración con la que entramos en el Año sacerdotal. Saludo a los señores cardenales y a los obispos, en particular al cardenal prefecto y al secretario de la Congregación para el clero, así como a sus colaboradores, y al obispo de Ars. Saludo a los sacerdotes y a los seminaristas de los diversos colegios de Roma; a los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles. Dirijo un saludo especial a Su Beatitud Ignace Youssif Younan, patriarca de Antioquía de los sirios, que ha venido a Roma para encontrarse conmigo y manifestar públicamente la "ecclesiastica communio" que le he concedido.
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Queridos hermanos y hermanas, detengámonos a contemplar juntos el Corazón traspasado del Crucificado. En la lectura breve, tomada de la carta de san Pablo a los Efesios, acabamos de escuchar una vez más que "Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo (...) y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús" (Ef 2, 4-6). Estar en Cristo Jesús significa ya sentarse en los cielos. En el Corazón de Jesús se expresa el núcleo esencial del cristianismo; en Cristo se nos revela y entrega toda la novedad revolucionaria del Evangelio: el Amor que nos salva y nos hace vivir ya en la eternidad de Dios. El evangelista san Juan escribe: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16). Su Corazón divino llama entonces a nuestro corazón; nos invita a salir de nosotros mismos y a abandonar nuestras seguridades humanas para fiarnos de él y, siguiendo su ejemplo, a hacer de nosotros mismos un don de amor sin reservas.
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Aunque es verdad que la invitación de Jesús a "permanecer en su amor" (cf. Jn 15, 9) se dirige a todo bautizado, en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, Jornada de santificación sacerdotal, esa invitación resuena con mayor fuerza para nosotros, los sacerdotes, de modo particular esta tarde, solemne inicio del Año sacerdotal, que he convocado con ocasión del 150° aniversario de la muerte del santo cura de Ars. Me viene inmediatamente a la mente una hermosa y conmovedora afirmación suya, recogida en el Catecismo de la Iglesia católica: "El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús" (n.1589).
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¿Cómo no recordar con conmoción que de este Corazón ha brotado directamente el don de nuestro ministerio sacerdotal? ¿Cómo olvidar que los presbíteros hemos sido consagrados para servir, humilde y autorizadamente, al sacerdocio común de los fieles? Nuestra misión es indispensable para la Iglesia y para el mundo, que exige fidelidad plena a Cristo y unión incesante con él, o sea, permanecer en su amor; esto exige que busquemos constantemente la santidad, el permanecer en su amor, como hizo san Juan María Vianney.
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En la carta que os he dirigido con motivo de este Año jubilar especial, queridos hermanos sacerdotes, he puesto de relieve algunos aspectos que caracterizan nuestro ministerio, haciendo referencia al ejemplo y a la enseñanza del santo cura de Ars, modelo y protector de todos nosotros los sacerdotes, y en particular de los párrocos. Espero que esta carta os ayude e impulse a hacer de este año una ocasión propicia para crecer en la intimidad con Jesús, que cuenta con nosotros, sus ministros, para difundir y consolidar su reino, para difundir su amor, su verdad. Y, por tanto, "a ejemplo del santo cura de Ars —así concluía mi carta—, dejaos conquistar por Él y seréis también vosotros, en el mundo de hoy, mensajeros de esperanza, reconciliación y paz".
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Dejarse conquistar totalmente por Cristo. Este fue el objetivo de toda la vida de san Pablo, al que hemos dirigido nuestra atención durante el Año paulino, que ya está a punto de concluir; y esta fue la meta de todo el ministerio del santo cura de Ars, a quien invocaremos de modo especial durante el Año sacerdotal. Que este sea también el objetivo principal de cada uno de nosotros. Para ser ministros al servicio del Evangelio es ciertamente útil y necesario el estudio, con una esmerada y permanente formación teológica y pastoral, pero más necesaria aún es la "ciencia del amor", que sólo se aprende de "corazón a corazón" con Cristo. Él nos llama a partir el pan de su amor, a perdonar los pecados y a guiar al rebaño en su nombre. Precisamente por este motivo no debemos alejarnos nunca del manantial del Amor que es su Corazón traspasado en la cruz.
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Sólo así podremos cooperar eficazmente al misterioso "designio del Padre", que consiste en "hacer de Cristo el corazón del mundo". Designio que se realiza en la historia en la medida en que Jesús se convierte en el Corazón de los corazones humanos, comenzando por aquellos que están llamados a estar más cerca de él, precisamente los sacerdotes. Las "promesas sacerdotales", que pronunciamos el día de nuestra ordenación y que renovamos cada año, el Jueves santo, en la Misa Crismal, nos vuelven a recordar este constante compromiso.
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Incluso nuestras carencias, nuestros límites y debilidades deben volvernos a conducir al Corazón de Jesús. Si es verdad que los pecadores, al contemplarlo, deben sentirse impulsados por él al necesario "dolor de los pecados" que los vuelva a conducir al Padre, esto vale aún más para los ministros sagrados. A este respecto, ¿cómo olvidar que nada hace sufrir más a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, que los pecados de sus pastores, sobre todo de aquellos que se convierten en "ladrones de las ovejas" (cf. Jn 10, 1 ss), ya sea porque las desvían con sus doctrinas privadas, ya sea porque las atan con lazos de pecado y de muerte? También se dirige a nosotros, queridos sacerdotes, el llamamiento a la conversión y a recurrir a la Misericordia divina; asimismo, debemos dirigir con humildad una súplica apremiante e incesante al Corazón de Jesús para que nos preserve del terrible peligro de dañar a aquellos a quienes debemos salvar.
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Hace poco he podido venerar, en la capilla del Coro, la reliquia del santo cura de Ars: su corazón. Un corazón inflamado de amor divino, que se conmovía al pensar en la dignidad del sacerdote y hablaba a los fieles con un tono conmovedor y sublime, afirmando que "después de Dios, el sacerdote lo es todo... Él mismo no se entenderá bien sino en el cielo" (cf. Carta para el Año sacerdotal). Cultivemos queridos hermanos, esta misma conmoción, ya sea para cumplir nuestro ministerio con generosidad y entrega, ya sea para conservar en el alma un verdadero "temor de Dios": el temor de poder privar de tanto bien, por nuestra negligencia o culpa, a las almas que nos han sido encomendadas, o —¡Dios no lo quiera!— de poderlas dañar.
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La Iglesia necesita sacerdotes santos; ministros que ayuden a los fieles a experimentar el amor misericordioso del Señor y sean sus testigos convencidos. En la adoración eucarística, que seguirá a la celebración de las Vísperas, pediremos al Señor que inflame el corazón de cada presbítero con la "caridad pastoral" capaz de configurar su "yo" personal al de Jesús sacerdote, para poderlo imitar en la entrega más completa.
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Que nos obtenga esta gracia la Virgen María, cuyo Inmaculado Corazón contemplaremos mañana con viva fe. El santo cura de Ars sentía una filial devoción hacia ella, hasta el punto de que en 1836, antes de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, ya había consagrado su parroquia a María "concebida sin pecado". Y mantuvo la costumbre de renovar a menudo esta ofrenda de la parroquia a la santísima Virgen, enseñando a los fieles que "basta con dirigirse a ella para ser escuchados", por el simple motivo de que ella "desea sobre todo vernos felices".
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Que nos acompañe la Virgen santísima, nuestra Madre, en el Año sacerdotal que hoy iniciamos, a fin de que podamos ser guías firmes e iluminados para los fieles que el Señor encomienda a nuestro cuidado pastoral. ¡Amén!

¡Bienvenidos!

Les doy una cálida bienvenida a este nuevo espacio de acogida, recogimiento, oración, formación, meditación, amor en el Señor.
Blog dedicado a la figura del Sacerdote de Cristo en este hermoso Año Sacerdotal que nuestro querido Benedicto XVI ha convocado con ocasión del 150° aniversario de la muerte del santo cura de Ars.
Como primer acercamiento, les dejo mi oración para este año:
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Oración en el Año Sacerdotal
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Cristo Jesús, amigo y hermano nuestro, elegiste de entre nosotros otros “Cristos” para este mundo. Sacerdotes, fieles discípulos, continuadores de tus misterios, presencia divina real y viva. Los formaste a tu manera, cual alfarero con su vasija. Los destinaste a hacerte presente entre nosotros, Eucaristía Santísima. Dales gracia y fortaleza, fe viva y entereza. Dales serte fieles hasta el extremo, amando y sirviendo al mundo entero. Dales pasión, ánimo y alegría. Dales tu vida, como a todos, hoy y cada uno de los días. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
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Que el Señor vivo entre nosotros los bendiga, y que María, nuestra Buena Madre, ilumine sus pasos y resguarde sus vidas todas.
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Matías Néstor Macagno